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ECOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL EN CARTAGENA

Foto: Sícalo Pinaud

Aunque Colombia se sumó al bando de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), estuvo relativamente al margen del conflicto. Salvo por algunos ataques a embarcaciones de civiles perpetrados por submarinos alemanes en las aguas de San Andrés y Providencia, el país no sufrió las consecuencias más dramáticas de la guerra. No obstante, no estuvo exenta de sus consecuencias. En 1941, Laboratorios Román, una empresa farmacéutica de Cartagena, fue incluida en una «lista negra» por parte de las autoridades diplomáticas de los Estados Unidos en Colombia. Este suceso evidencia los impactos de la Segunda Guerra Mundial en nuestro país.

Durante la contienda, Estados Unidos solía emitir «listas negras» donde se incluían a personas o empresas sospechosas de simpatizar con los nazis, italianos o japoneses. Esto les impedía establecer vínculos comerciales con firmas estadounidenses. La intención era bloquear los intereses comerciales de las potencias del eje, así como neutralizar individuos sospechosos de adelantar labores de espionaje para sus enemigos.

Aunque la inclusión debía estar soportada por labores de inteligencia, muchas personas terminaron incluidas por simples rumores. En el caso de los Laboratorios Román, la inclusión se debió a un suceso que involucró a dos de los hijos de Henrique Román Sr., su propietario. El 18 de abril de 1941, Henrique y Rafael Román Vélez llegaron al Club La Popa en estado de embriaguez y destruyeron un retrato del presidente estadunidense Franklin Delano Roosevelt y del ex presidente colombiano Enrique Olaya Herrera mientras gritaban: «¡Al diablo con las democracias!¡Viva Hitler!»

Para ese entonces, la inteligencia estadunidense ya sospechaba de las simpatías de Henrique Román Sr. hacia los alemanes. En un informe de 1940, que reposa en documentos desclasificados de los Archivos Nacionales de Estados Unidos, este es calificado como «rabidly pro-Nazi». En general, las autoridades diplomáticas del Consulado de Estados Unidos en Cartagena sospechaban de la élite local, a quienes llamaban «los linajudos». En otro informe de 1940 decían que entre la élite «existe un gran ultra-conservatismo […] que no está libre de prejuicios sociales y raciales.»

Aunque los hermanos Román se excusaron y aludieron que todo había sido un hecho aislado, Laboratorios Román permaneció en la «lista negra» durante la guerra, lo cual le trajo consecuencias graves a la compañía. Este suceso evidencia el impacto que los conflictos bélicos globales tuvieron en el ámbito local, aún estando al margen de los teatros de la guerra. Trabajos como los de Silvia Galvis, Alberto Donadio, Julián Lázaro y Lorena Cardona ya han hecho contribuciones al respecto.

THOMAS SANKARA: UN REVOLUCIONARIO

Cuando el capitán Thomas Sankara fue nombrado Secretario de Estado para la Información de la Republica del Alto Volta llegó a su primera reunión manejando una bicicleta. Era 1981. Tenía apenas 31 años y desde ya se proyectaba como un líder de talla nacional, pero de semblante humilde y carismático. Dos años después, y tras una sucesión de gobiernos cortos e inestables, un golpe de estado lo convirtió en presidente. Sin demora, Sankara puso en marcha lo que él llamo “una revolución democrática y popular”, inspirada en los ejemplo de Fidel Castro y el Che Guevara en Cuba y de Jerry Rawlings en Ghana, y por supuesto, en la doctrina de Marx y Lenin, en la cual se había instruido cuando apenas empezaba su carrera militar. Con el Che Guevara solían compararle por su espíritu aguerrido, jovialidad, carisma y rebeldía. Con el tiempo terminó por ser conocido como el “Che Guevara de África”.

Uno de los primeros actos de su revolución fue cambiarle el nombre al país. De la República del Alto Volta, cuyo nombre se deriva de aquel que le habían dado los franceses durante la era de colonización, pasó a llamarse Burkina-Faso, que significa “la tierra del hombre íntegro”.

Las reformas que Sankara adelantó le dieron un giro al país. Construyó miles de viviendas y kilómetros de carreteras y vías férreas que conectaron la nación de punta a punta. Concedió plenitud de derechos a las mujere, y apuntó a varias de ellas en altos cargos oficiales. Fue el primer dirigente africano en dimensionar el peligro del SIDA y tomo medidas rápidas para controlarlo. Construyó escuelas y hospitales por todo el país con el propósito de servir a la población más necesitada. Y en abierto desafío al imperialismo francés, se negó a pagar la deuda externa. Su gobierno fue austero, pero efectivo. Procurando ser un modelo a seguir, se rebajó su salario a un poco más de 400 dólares. Sus posesiones personales se limitaban a un carro sencillo, un par de bicicletas, tres guitarras, una nevera y un refrigerador averiado.  

Pero la premura de su revolución le llevó a cometer excesos en aras de defenderla. Atemorizado por el fantasma de contra-revolucionarios anónimos, persiguió implacablemente a sus opositores y estableció un régimen que admitía pocas críticas. Cerró partidos políticos y sindicatos que no fueran afines a su causa y llevó al cadalso a un puñado de enemigos juzgados con ligereza. Pero fueron sus actos más nobles los que le granjearon sus peores enemigos. El 15 de octubre de 1987, su mano derecha, amigo y compañero de causa, Blaise Campaoré, organizó un golpe de estado en su contra, que por supuesto había sido indirectamente animado por Francia. Thomas Sankara fue asesinado ese día a sus 37 años. Campaoré asumió el mando y desmontó la gesta revolucionaria de su predecesor. Restableció a plenitud las relaciones diplomáticas con sus aliados franceses y se comprometió a pagar la deuda externa. Con el curso de los años echó al traste todos los logros conseguidos. Burkina Faso se convirtió en uno de los países más pobres del mundo.  

Para eliminar todo rastro del legado de Sankara, Campaoré se propuso borrarlo de la historia misma. Hizo destruir toda documentación oficial alusiva a él y quiso arruinar su reputación acusándole de haberse enriquecido durante su mandato. Su casa fue saqueada, y solo quedaron para el recuerdo sus bicicletas, sus guitarras, el refrigerador averiado y la chatarra de su carro.

Una semana antes de morir, Thomas Sankara lanzó una frase premonitoria: “Aunque los revolucionarios como individuos pueden ser asesinados, tú no puedes matar sus ideas”. Sin importar los esfuerzos, el legado de Sankara siguió vivo en el corazón de muchas mujeres y hombres de Burkina Faso. En el 2014, un alzamiento popular masivo, entre cuyos líderes figuraban miembros de partidos que reivindican la doctrina política de Sankara, derrocó a Blaise Campaoré. El 6 de octubre de 2021, Campaoré fue condenado in absentia a prisión de por vida por su participación en el asesinato. Hoy, tras casi 35 años de su partida, el legado de Sankara sigue con vida y todavía sirve de inspiración para quienes luchan por construir una nueva Burkina Faso. 

JOSÉ RAQUEL MERCADO (1913-1976): UN LEGADO ENTRE SOMBRAS

En los últimos años, el nombre de José Raquel Mercado ha sido invocado para señalar los crímenes cometidos por el M-19 en el marco del conflicto armado. A falta de las numerosas masacres, secuestros y atentados terroristas perpetrados por las otras guerrillas, los detractores del M-19 y de sus desmovilizados recuerdan con insistencia su asesinato a manos de esta organización en 1976. Sin embargo, poco se habla sobre la vida de José Raquel Mercado, el líder sindical más importante en la historia de Colombia en el siglo XX. 

Nació en Cartagena en 1913. Siendo muy joven comenzó a trabajar como bracero en los muelles del Terminal Marítimo y fue allí donde comenzó su carrera dentro del movimiento sindical. Se vinculó a la Federación de Trabajadores de Bolívar, una filial de la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC). Pronto comenzó a escalar posiciones al interior del sindicato a pesar de carecer de educación formal. Para 1944, de acuerdo a reportes de inteligencia del Consulado de los Estados Unidos en Cartagena, Mercado ya era miembro del sub-comité directivo del Sindicato del Río Magdalena y asesor del sindicato de la ANDIAN, una empresa de petróleos canadiense que operaba en la ciudad. Según el reporte, elaborado en 1947, se creía que Mercado era partidario del comunismo. En aquel entonces, al filo de la Guerra Fría, se temía que los comunistas infiltraran las filas de los sindicatos y del Partido Liberal para incidir en la política nacional.  

Lo cierto es que con los años Mercado tomó distancia del comunismo. De hecho, en 1960, facilitó la expulsión de los sectores comunistas dentro de la CTC, y en 1963, firmó un “pacto anticomunista” con la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC). Para él, se trataba de mantener la independencia del movimiento sindical frente a la posible infiltración del comunismo internacional. En una alocución en 1963, Mercado condenó los supuestos intentos por parte de los comunistas latinoamericanos por convertir al Mar Caribe en un «lago soviético» al servicio de los intereses del Kremlin. En consecuencia, denunció el giro hacia el comunismo de la Revolución Cubana y se mostró partidario del golpe de Estado en contra de Jacobo Árbenz en Guatemala. 

Entre los años 60 y 70, Mercado ascendió rápidamente en la vida pública nacional. Fue miembro de la Cámara de Representantes por varias legislaturas y representó a Colombia y a los trabajadores ante la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra. También fue parte de la Junta Directiva del Banco Popular. En Cartagena seguía siendo reconociendo entre las capas populares. En repetidas ocasiones llamó la atención sobre sus problemas, incluyendo el déficit de vivienda y el alto costo de los víveres. En 1964, vecinos del barrio Blas de Lezo se enfrentaban a la posibilidad de ser desalojados por parte del Instituto de Crédito Territorial debido al retraso en el pago de las cuotas mensuales. Los vecinos acudieron a José Raquel Mercado -que por ese entonces actuaba como presidente de la CTC- para que interviniera a su favor. Mercado atendió al llamado. Días después, el Instituto públicamente descartó el desalojo. Es incierto hasta que punto la decisión obedeció a la intervención de Mercado, pero está claro que los cartageneros le veían como un líder próximo que podía interceder por ellos ante las autoridades nacionales. 

La figura de Mercado no estaba libre de controversias. A inicios de los años 70, cuando algunos sindicatos procuraban guardar distancia del gobierno, él seguía trabajando de cerca con el poder. Esto le trajo enemigos tanto al interior de su sindicato como por fuera. Finalmente, el 15 de febrero de 1976, Mercado fue secuestrado por los «Comandos Simón Bolívar y Camilo Torres Restrepo» del M-19. En un comunicado de dos páginas lo acusaron de «traición a la patria, a la clase obrera y de enemigo del pueblo». La guerrilla convocó a organizaciones gremiales, estudiantiles, religiosas y grupos de izquierda para que determinaran si era culpable o no. Se plantearon 11 preguntas basadas en los cargos formulados y una vez la ciudadanía dictara su veredicto, el M-19 se comprometía a acatar la orden de lo que llamaban «la justicia popular revolucionaria». Mientras tanto, quedaría detenido en calidad de preso político. La ciudadanía debía «depositar» su voto de SÍ o NO en las paredes. Pronto aparecieron en las paredes grafitis condenatorios o en su defensa en las principales ciudades del país. La CTC hizo su propia campaña a través de carteles exigiendo la liberación de su líder. 

El 19 de abril de 1976, tras 64 días en cautiverio, José Raquel Mercado fue asesinado. Su cuerpo fue abandonado en  una glorieta de la calle 63 con carrera 50 en Bogotá. Jaime Bateman Cayón, líder del M-19, justificó el asesinato en esta declaración:

«La decisión de ajusticiarlo la sometimos al veredicto popular. La gente escribió en las calles sí; escribió no; la CTC hizo una gran campaña de carteles para que no lo fusiláramos; los sindicatos discutieron el asunto; algunos miembros de la CTC dijeron incluso, públicamente, que a Mercado había que ajusticiarlo… Él estaba entregado totalmente al imperialismo. En el interrogatorio que le hicimos reconoció que trabajaba para los norteamericanos, que recibía de ellos cuantiosos cheques.»

De esta manera culminó la vida de José Raquel Mercado, uno de los líderes políticos más importantes del Frente Nacional y uno de los cartageneros más prominentes de la vida pública nacional. Su legado sigue entre sombras. Se sabe muy poco sobre sus años formativos en el sindicalismo en Cartagena, y muchos menos sobre su incidencia en la vida política local. Tampoco sabemos nada sobre la percepción que se construyó en torno a la figura de Mercado, que siendo un hombre negro y de extracción humilde, llegó a ocupar cargos de representación y de liderazgo político a nivel nacional. 

Es necesario estudiar la vida y obra de José Raquel Mercado, más allá de los esencialismos que lo reducen a un traidor o del abuso de su memoria por parte de sectores de la derecha que invocan su nombre para deslegitimar a otros actores políticos. La justicia, que para él fue impartida con ligereza, también obra a través del estudio de la Historia.

Un dato curioso: 

Como si se tratara de una suerte de justicia divina, aún después de su muerte, algunos acuden a José Raquel Mercado para que les brinde ayuda. Su tumba en el Cementerio Central de Bogotá se ha vuelto un lugar de veneración. Los visitantes le depositan flores y le echan agua a su busto a cambios de favores.

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Todavía no existen estudios biográficos sobre José Raquel Mercado. Investigaciones sobre el sindicalismo durante el Frente Nacional, al igual que algunos trabajos sobre la formación del movimiento obrero en el departamento de Bolívar durante los años 30 y 40, revelan detalles sobre su vida. Algunos de estos trabajos fueron utilizados para reconstruir este esbozo sobre su figura, al igual que notas de prensa del Diario de la Costa El Universal, ambos periódicos de Cartagena.